jueves, 1 de octubre de 2009

Un ciego ansioso.



No basta con tener ganas, y no es nada valiente conformarse con alzar la mirada y decidir que hacer. La humanidad con su instinto animal y en suramérica con su rastrero indígena, competente de ser un revolucionario, de amalgamar polémicas y revueltas, más que cualquier otro , tiene la malicia con la que se deberían hacer la totalidad de las cosas; unos la usan para sablear, estafar otros para hurtar y chantajear, otros para disfrutar de su demonio y unos últimos para amamantar. Mientras emana un niño, sucumbe el indígena, el animal que hay detrás de cada espalda. Entretanto el tiempo pasa, las generaciones crecen y florecen, dicha bestia carnal entregada en la piel se va perdiendo con la arena camuflada en el aire, con la sangre de miles de obreros que meticulosamente es un lago por el cual marchar . Esperando más de mil minas para desmembrar y renovar.




No basta solo con tener ganas, y no es el formato en el que el humano satisface y remedia las soluciones. El humano dilata sus pupilas, entrecierra la retina y evidencia la realidad, solamente cuando el diablo esta enfrente condenándolo de por vida. Aparte de mediocre, miedoso, apasionado, indeciso, y la cualidad más grande, ciego.






“No me había dado cuenta cuando pise tu trampilla de ratonera, solo ahora, que estoy apunto de vivir, de iniciar mi otra vida .Solo cuando me veo con las manos destrozadas y yagas en el cuerpo, la boca reventada, y siento dolores penetrantes, susurros que me encierran y arañazos que me ciegan. Jamás vi el momento en que tus dedos ascendían y descendían, nunca vi el bulto de tu rostro sobre el mío, nunca note tu piel rozando con fuerza y empujando a la mía. Nunca vi tus extremidades inquietantes y tampoco calladas. Jamás a los compañeros de mi mente, recorrer tus montes, y llegar a la cumbre. Nunca vi como el héroe de mi cuerpo oía los gritos de batalla, los gritos de gloria, los gritos de victoria. Jamás vi como el viento soplaba sobre mi piel, ni como la lluvia despaciosa lenta y calida caía por gotas en mi espalda. No vi como tu cabellera de hechicero enredaba mi rostro, mis manos, mis pies y en totalidad mi cuerpo. Nunca vi como yacía yo ahí, en la tierra, junto al acido sulfúrico que fluía de mi boca. No vi tu cuerpo de gigante, solo procure taparme los ojos, fingir que era ciego y sentir a cabalidad todo tacto, cada segundo palpitante, para que la velocidad no me cogiera por detrás , me clavara una daga, la daga del infortunio, de la soledad , y la desventura “

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